El generador electroestático ya es un hecho. La electricidad se genera por forzamiento, pero existe el problema de la fugacidad; se trata de fenómenos instantáneos, difíciles de estudiar y de aprovechar.
Es en este contexto cuando los científicos comienzan a pensar en cómo almacenar esa “maravilla” que son capaces de crear y una idea empieza a tomar forma: “si la electricidad es un fluido y los fluidos se almacenan en recipientes, tarros, botellas, etc ¿por qué no guardamos la electricidad en una botella?”
Corre el año 1745 y la “botella de Leyde” acaba de nacer. Un auténtico salto (que no duelo 😉 ) de titanes en la evolución o revolución eléctrica.
Su nombre se debe al hecho de haber sido creada en la Universidad de Leyde (o Leiden); la más antigua (1575) de los Países Bajos (los cuales formaron parte del Imperio Español hasta 1648), por el profesor Pieter van Musschenbroek (1692-1761).
Aunque la paternidad de este descubrimiento, que tendría una importancia enorme en el desarrollo tecnológico y científico de la electricidad, se le atribuye con toda justicia al mencionado Pieter van Musschenbroek, fue el sabio y obispo de Pomerania Ewald Jürgen von Kleist quien inició este tipo de experimentos encaminados a almacenar la electricidad.
De hecho algunos autores le atribuyen la paternidad del primer condensador como consecuencia de experimentos en los que intentaba retener, en vasijas de agua, la electricidad proveniente de una “máquina eléctrica” y debido a los cuales sufrió una grave descarga eléctrica en un brazo que le dejó secuelas hasta el final de sus días…
Pero volviendo a los experimentos de Musschenbroek es él mismo quién en una carta enviada a René Antoine Ferchault de Reaumur (1683-1757), físico francés que ideó la escala termométrica que lleva su nombre, explica su descubrimiento en los siguientes términos:
“Yo había suspendido de dos hilos de seda blanca una barra de hierro que era electrizada por una esfera de vidrio a la que se le hacía girar rápidamente mientras era frotada con las manos de mi ayudante. En el otro extremo pendía un hilo de latón cuyo extremo era sumergido en un vaso de vidrio redondo, parcialmente lleno de agua, que yo tenía en la mano derecha. Con la otra mano ensayaba sacar chispas de la barra de hierro. De golpe mi mano se sacudió violentamente al mismo tiempo que todo mi cuerpo fue agitado como bajo el golpe de un rayo”.
¿Qué es lo que había ocurrido? Pues algo sencillo de entender desde nuestra posición del tiempo; se acababa de descubrir el condensador eléctrico.
Es decir, la barra metálica conducía la energía eléctrica generada al frotar la esfera de vidrio y era llevada al agua (primera “aramadura”) para acumularse en ella. El recipiente, el vidrio del que está constituido, hacía las veces dieléctrico aislando la mano derecha de Musschenbroek (segunda “armadura”) situada fuera y con carga de signo contraria a la del agua. El profesor al tocar la barra cerró el circuito entre las dos armaduras provocándole, al desprevenido científico holandés, el que quizás fue uno de los primeros calambrazos de la Historia de la Humanidad.
Este tipo de experiencias se extendieron rápidamente. Por ejemplo en Francia gracias a Louis de Monnier, hermano de Pierre de Monnier, astrónomo y traductor, del holandés al francés, de la obra de Musschenbroek “Essai de Physique”, donde el profesor explica sus teorías sobre la electricidad así como sus experimentos.
En poco tiempo los científicos trataron de mejorar el invento; el agua fue substituida por una hoja de metal y la mano por un paño de lana. Posteriormente la botella quedaba constituida por un recipiente de vidrio forrado interior y exteriormente por láminas de estaño, con un cable metálico que unido al revestimiento interno salía al exterior a través de la tapa.
Con el fin de aumentar la potencia de las descargas, las botellas de Leyde se asociaron situándolas sobre soportes metálicos y con conexiones entre ellas; es así como se formó la batería de botellas de Leyde.
A este rápido desarrollo contribuyó de una manera notable el inglés William Watson (1715-1787). El doctor Watson se dedicó a aumentar paulatinamente los potenciales para así conseguir mandar las descargas a mayores distancias. Es así como en el año 1747, apenas dos años después del descubrimiento de Leyde, Watson logró enviar una descarga a través de un cable de 360 m que atravesaba el río Támesis. Más tarde creó, con total éxito, un circuito, utilizando la tierra como retorno, de 2.400 m de longitud.
Con el aumento de las distancias de transmisión los científicos comenzaron a preocuparse por la velocidad de propagación. Para determinar esta magnitud el mismo William Watson diseñó un circuito de 6.500 m de longitud sobre el que realizó diferentes pruebas llegando a la conclusión de que la velocidad de propagación era prácticamente instantánea.
A medida que la Electricidad toma forma al ser mejor conocida surge el interés por sus aplicaciones. Es así como surge uno de los primeros “electrodomésticos” de la Historia…
Se trata del encendedor eléctrico Tiberius Cavallo. Este dispositivo estaba formado por una pequeña botella de Leyde que era capaz de provocar una chispa que a su vez inflamaba un algodón impregnado de resina. Esta llama permitía encender las velas de los candelabros.
Falta mucho todavía para que aparezca el brillante y a la vez maligno y tenebroso Alva Edison, pero la iluminación, como una de las aplicaciones de la Electricidad, empieza a tomar forma en esta época.
Continuará…