El período centrado en la primera mitad del siglo XVIII se caracterizó por el interés del gran público por la ciencia. La electricidad como espectáculo llegó al pueblo en las ferias y a la aristocracia en sus elegantes y sofisticados salones. La hilaridad de los asistentes a las exhibiciones públicas se conseguía produciendo chispas en la nariz de los espectadores o haciendo saltar a una fila de soldados, cogidos de la mano, al ser electrizados por un extremo. La electricidad había salido del ostracismo. La electricidad se ponía de moda.
El mundo científico se había abierto, los “sabios” salieron de sus cuevas y de una existencia marginal, y pasaron a ser individuos solicitados en las reuniones de la clase alta. Los científicos mantenían una fluida correspondencia, intercambiando ideas y ratificando o negando las teorías de sus colegas. Los trabajos se publicaban rápidamente y se difundían con prontitud. Durante estos años las academias y sociedades científicas se multiplicaron en las grandes ciudades europeas.
Afortunadamente se conservan una gran colección de grabados, que de forma sencilla e incluso ingenua describen a la perfección ese acercamiento de la electricidad a los profanos. Sólo con alguno de estos grabados se podría describir gráficamente la historia de la electricidad en el siglo XVIII.
Los experimentos, abundantemente representados en las ilustraciones de los libros de la época, tenían multitud de variantes. Una de ellas era la siguiente; por medio de una gran polea y una manivela se hacía girar una esfera de azufre o de vidrio del tamaño de un balón de fútbol mientras era frotada por las palmas de la mano. La carga eléctrica depositada sobre la superficie de la esfera era recogida por una cadena de hierro suspendida por hilos de seda. A partir de aquí los experimentos presentaban múltiples variaciones, como por ejemplo; un hombre conectado a la cadena, con los pies apoyados sobre un aislante, que podía ser un taburete de madera o un cojín, sacando chispas al contacto con una masa metálica.
Un grabado original de 1745 muestra un curioso experimento de conducción eléctrica; un joven suspendido horizontalmente con cuerdas de seda, recibe una carga eléctrica de una máquina electroestática. Las chispas y sacudidas que se transmitían a un niño situado próximo a él corroboraban que el cuerpo humano es un buen conductor. Hecho éste que se ponía de manifiesto también al ser capaz de atraer a ligeros cuerpos al acercarles la mano previamente cargada de electricidad.
En otro grabado se representa un juego practicado habitualmente en la corte francesa; un joven subido a una plataforma, que se mantiene colgada del techo, es cargado eléctricamente mediante una “máquina eléctrica” de frotamiento. Las personas que le rodean comprueban que efectivamente el hombre ha adquirido electricidad estática al verificar que saltan chispas de su nariz cuando se acercan a él para tocársela con la mano, o de su cabeza al aproximarle un bastón. El mismo joven es capaz de atraer con su mano pequeños trozos de papel colocados sobre un pebetero.
Otro experimento-juego de la época era el conocido como “el beso eléctrico”. Un hombre hace girar, con la mano derecha, un mecanismo que arrastra una bola de vidrio que al rotar frota con la mano izquierda, por lo que se carga con electricidad estática. Esta electricidad es trasladada a una dama mediante contacto, la cuál queda electrizada pues se encuentra aislada del suelo al estar subida a una plataforma de madera. El juego consiste en que un caballero, que no se encuentra aislado, bese a la dama y sea capaz de aguantar (¿por amor?) la descarga que se produce al juntar sus labios.
A este tipo de demostraciones, mitad ciencia mitad juego, se les sumaron los experimentos de dos franceses, coetáneos, que trabajaban conjuntamente: Charles Francois de Cistaernay Du Fay (1698-1739) y el abad Jean Antoine Nollet (1700-1770).
Continuará….